La última viuda

No quise ser una más, pero lo fui. Su última víctima la casi 300 porque nadie sabe a ciencia cierta la cantidad. Si no le hubiera contado a mi hermana quién era y por qué se acercó a mí, el tendal habría sido mayor. Incontable. Infinito.
Hice que se conozcan mi hermana y el festejante de una viuda con dinero suficiente para vivir sin necesidades hasta la muerte. Mejor dicho hasta mi muerte, no la que él, Barba Azul, me dio.
Siempre pensé en su falta de originalidad. Repitió hasta el cansancio lo mismo: se mostraba como la pareja ideal para una viuda, las mantenía un tiempo, las mataba y las quemaba en la chimenea de su campo. El lugar era el osario más grande de comienzos del 1900, no tengo dudas.
Lo vi venir pero él, hombre, macho, de gran contextura pudo con mi frágil cuerpo. Así son los cobardes que se las pasan matando a mujeres indefensas por la tristeza de haber perdido al amor de su vida, a su compañero, a todo lo que tenían.
Creí que todo terminó cuando vi rodar su cabeza en el piso. Pasó más de un siglo y lo sigo viendo en la mirada de cada femicida que ataca mundialmente con otras intenciones: la de matar a una mujer por ser mujer.

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