Una historia de amor (no correspondido)

Yo era su princesita. Así me trataba. Era una mezcla de un enorme cariño, una gran amistad, y un amor que brotaba desde sus entrañas. Yo me daba cuenta, pero mientras existieran límites, lo dejaba pasar. Decidimos ir a vivir juntas. Ella sentía algo más, yo, sólo confusión. Caí en sus redes, pero pude escapar y volví en sí. Una de esas tantas veces le dije:
-No me pasa nada con vos-.
El último día me dijo que tuvo durante meses la frase zumbándole en los oídos, pero dejaba que pasara porque mantenía las esperanzas. Me lo repitió una y otra vez, mientras yo dormía. Así llegó esa noche en la que hizo un último intento para alcanzar su placer, para alcanzarme. No fue una noche más.
Se acercó. Sentía su presencia aún dormida. Se metió en la cama, pude sentir su olor. Yo estaba semidesnuda, muy dormida. Me abrazó, pude sentir su respiración. Me acarició y ahí llegué a balbucear.
-No me pasa nada con vos-. 
Ella no lo soportó. Me tapó la boca. Intentó callarme y me apretó bien fuerte del cuello. Estaba muy agitada, nerviosa, hasta me pareció sentirla gemir. Se levantó. Supe que mis palabras la cegaron, que mi rechazo se hizo fuego en su piel. No vio nada más que el cuchillo que usó repetidas veces en el cuello de su princesita, el mío.
Pude mirarle los ojos. Ver sus pupilas agigantarse cuando el filo entraba en mi carne. Ella estaba atenta a su actividad. No podía parar. Era mecánico. Hasta que le volvió el alma al cuerpo y cruzó sus ojos con los míos. Desde ese día, su mirada no es la misma.
Cuando las llamas se convirtieron en cenizas, bajó y se sentó a pensar. Las lágrimas caían por inercia. No había podido contener tanto odio, ese que se convirtió, desde hace cuatro años, en la más fría de las estrategias, ésa que logró el beneficio de la duda.
Quiero que miren bien profundo, en el azul de sus ojos, que me lleva a mí tal como me vio por última vez. Sólo ahí está la respuesta.

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