Mucho miedo para el suicidio

Cuando volví en sí, me di cuenta que yacía sobre mi propia sangre, que había formado un charco. Justo en ese lugar, el que pasaba más tiempo, mi alma se eternizó para siempre. Sentí algo en mi pierna, su arma. No entendí mucho hasta que empecé a atar cabos sobre lo que había ocurrido allí, minutos antes.

¿Mi desesperación pudo haber hecho que me apoye un arma en la cabeza y me dispare? Tuve mucho miedo a la muerte después de sus amenazas. Me cansé de pedir ayuda. Se lo advertí a todos pero fue demasiado tarde.

Decidí juntar pilcha por pilcha, guardarla en el bolso e irme con mi hija. Él apareció detrás. Ya era lo que es ahora, un asesino. Se había convertido en él minutos antes de matarme. Su rostro, sus gestos, no eran los mismos de aquel del que me había enamorado.

“Conmigo o con nadie”, gritó. Y en esos tres segundos que tardó en articular la frase, ya  había sacado el arma y me estaba apuntando. Entornó los ojos, como quien busca puntería, y no le tembló la mano esa madrugada en la que decidió bajarme de todos los escenarios de mi vida. Èl, sigue acompañado por la noche, oscura y vip, como siempre. Y con guantes.

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