Justicia incompleta para un asesino al volante

 
Fuego tras un golpe impredecible. No sé qué hubiera hecho ante la confirmación de un choque inminente. Todo fue tan rápido que no hubiera tenido tiempo de nada. La habíamos pasado muy bien en el cumpleaños y ya estamos regresando a casa cada una en su lugar y cantando aquella canción que ahora me es tan difícil recordar.
  Me pregunté qué emergencia tenía para ir tan rápido por la Avenida Cantilo. Qué ilusa. Estaba corriendo una picada sobre la misma calle en la que yo estaba paseando con mi hija. Lindo auto. Caro. Preparado para correr. Toqueteado para tener más velocidad. Nos pasó por encima a 160 kilómetros por hora, destruyendo toda la felicidad de una familia, y la vida de una nena a quien le quedaban muchas calles por andar.
  Nunca creí en sus tardías disculpas pero me alegré de que la justicia lo haya condenado y le haya prohibido conducir por diez años. Prometí no volver a pensar en eso hasta pasada la fecha, pero no lo logré porque me enteré que vuelve a tener un arma entre sus manos: la licencia que le permite estar detrás de un volante.
  Ese día, el último, nosotras nos pusimos una al lado de la otra, como posando para una foto, la que hoy lleva colgada de su cuello el hombre que hizo lo imposible para conseguir justicia, y aquel que cada vez que pasa por el lugar del hecho, nos tira un beso a cada una.

Comentarios

Entradas populares