Desaparición en la Colonia

  
Es vox populi que nunca me buscaron como debían. En 1985 y años sucesivos, las investigaciones y los rastrillajes fueron pésimos, tal como pasó con la familia Pomar, que tuvo como agravante que estamos en el 2010 y que ha habido casos similares, como el mío.
  Hasta una parapsicóloga contrataron para hacer ver que estaban en fojas cero. Si para algo sirvió mi desaparición, fue para que explote todo lo que estaba herméticamente callado. El mal trato de los enfermos, su condición de “cobayos” para las autoridades, las partidas de defunciones falsas y el tráfico de órganos salió a la luz. Y todo por una simple doctora como yo.
  Me hubiera quedado en Córdoba apenas me recibí de médica. No lo pienso ahora, también lo hacía en la casita de la calle Humberto Primo cuando me desconcentraba de mi investigación sobre el mal de Chagas que no pude volver a iniciar.
  Como pasa siempre, la prensa comenzó a hurgar en mi vida privada y hasta se publicaron las cartas que le enviaba a mi madre.
  Recuerdo que el último día fue muy frío y con niebla. Llegué con mi renoleta poco más de las 9.30 y me encontré con cosas que no tendría que haber visto, tenía frente a mis ojos la  prueba fundamental para terminar con todos los tormentos. Yo era la única testigo, pero ellos lo sabían.
  ¿Cómo podía defenderme? Llevaba un tiempo estudiando taekwondo pero no podía pelear contra eso. Era inenarrable. Había demasiada gente importante en el medio.
  Todas las semanas mi ahijada se queda a dormir en casa pero preferí que esta vez no viniera y llegué a cancelarlo.
  Me fui enterando de los rastrillajes por tierra y por aire; y también del operativo frustrado en la ciénaga. Yo nunca estuve ahí, pero el temor de los poderosos de que haya sido descartada en ese lugar fue tan fuerte que lo frenaron. Todavía hay mucha gente que piensa que mis huesos están ahí.
  No sé cómo es la muerte, pero casi la veo de cerca sino decido irme lejos y no volver.

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