Espejo de agua

  
Era una escena de película: el remís circulaba conmigo adentro, afuera un auto se atravesaba y se escuchaba un: “alto, policía”.

  Empecé a ser el protagonista de ese guión de terror cuando me enteré que me habían secuestrado.

  Mil veces les pregunté qué me iban a hacer y cuándo me iban a dejar ir; les aseguré que mi viejo les iba a dar la plata que pedían.

  Me llevaron a una casa que tenía un colchón tirado en el piso y mucho olor a humedad.  Me vendaron los ojos y me dieron unos sedantes. Les agradecí tanto ese gesto, de lo contrario sentía que las horas no se me pasaban más.

  Comí facturas, mandarinas, sándwiches, ravioles y tenía una ciega conversación con la gente que me cuidaba hasta que se me cayó la venda y se pudrió todo.

  Después de estar por lo menos 3 días con los ojos vendados y empastillado no puedo ver bien. En unos segundos que se me descubrieron los ojos no hubiera logrado reconocer ni recordar a nadie.

  Me subieron a otro auto, me bajaron y me hicieron caminar. Yo estaba como borracho, aletargado, me costaba mucho dar un paso tras otro. Estaba en un lugar descampado y podía divisar un espejo gigante de agua.

  Aún atontado, sentí cada una de las puñaladas. El tajo en la garganta me lo dieron como si tuviera fuerzas para hablar.

  Juntaron mis manos, las ataron.

  Y sentí el frío. Me estaba hundiendo. Un olor nauseabundo y el frío. Me sigo hundiendo.

  Cinco a perpetua y a ahora otro juicio. ¿Alguien sabe por qué a mí? ¿Por qué tanta saña? ¿Por qué se me cayó la venda? ¿Por qué mis ojos se posaron en un rostro que ni siquiera vi?

  Esta era una de esas películas de terror en la que gana el mal.

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