Querida Aduana Federal Paralela

  Ahora que lo pienso, ese día había sido raro pero como yo estaba con la cabeza puesta en el depósito, ni lo noté.

  Esperé a mi cuñado para ir a ver el partido del millo, pero nunca vino. Yo tampoco hubiera podido ir, mi relevo llegó dos horas después.

  Me iban a llevar a casa en el móvil pero no puedo recordar por qué tuve que tomar el tren en Avellaneda y recorrer sólo un par de estaciones dormitando hasta que sentí la traición por detrás.
  
  Tres pasajeros. No podía más del sueño, me quedé con la cabeza al lado de la ventanilla, usando la campera de nylon azul como almohada.

  Un disparo. Sí, un tiro, una bala había ingresado en mi cabeza, desde atrás. ¡Y yo con mi arma reglamentaria debajo de la pierna! Cagones. Organizaron mi día, se acercaron, dieron la puntada final y se llevaron varias anotaciones personales. Las arrancaron con la misma impunidad con la que me ejecutaron en un tren en movimiento, que bajó la velocidad al pasar por un puente en remodelación.

  Tres pasajeros. Tres testigos. A ella la corrió y le mostró la chapa. Al él lo conocían y él a ellos también. Era vendedor ambulante y todos los días les pagaba el peaje a los chicos de la Federal. Y el otro, viajaba borracho.

  Mi asesino, el que investigaba mi propia muerte, llegó al juicio y fue absuelto por el beneficio de la duda y hasta ascendido. Su cómplice sigue prófugo.

  La curiosidad y la pasión por investigar, me llevaron a ese depósito a hacer un seguimiento día a día. Años después, lo llamaron Aduana Paralela, pero a mí me costó la vida y a mi familia, la felicidad.

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