Poliladrón

     En esa oscura madrugada pensé que la ráfaga de balas me había despertado pero me avisaba que ya había terminado todo. Yo estaba muy cansado, hacía 20 horas que vivía en una tensión permanente junto a mi esposa y compañeros de trabajo.
     Cuando el auto arrancó, tomé una gran bocanada de oxígeno porque sabía que salía definitivamente de esa situación. Hasta cerré los ojos como disfrutando una paz inminente. Nunca pensé, después de oír las negociaciones, que íbamos a ser el blanco perfecto de la conocida y reiterada ignorancia, impericia e imprudencia policial.
     Me pregunté durante varios años en qué casos la policía no corta las líneas telefónicas y llegué a la conclusión de que sucede cuando hay dos negociaciones: la oficial y la paralela. Descanso en paz hasta cada vez que me entero de una toma de rehenes, ahí me despierta de mi letargo la posibilidad de los mismos errores, las mismas bandas mixtas, las mismas víctimas. La disolución del grupo GEO, que nos vendieron en ese momento, no fue la solución.

     Mi esposa herida, recuperada y en lucha permanente por justicia y yo que me fui tras un lamentable saldo: dos juicios, un ahorcado, unos pocos presos, otros con salidas transitorias y un único arrepentido que se culpa por un final que fue consecuencia de sus actos pero no su decisión. El Estado nunca pide perdón.

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