Lo tuyo ya está

     Él me invitó a lo que sería una de esas típicas salidas para despedir el año. Íbamos los dos en el auto hasta que aparecieron más personas. Todos hombres. Eran muchos y lograron inmovilizarme para inyectarme algo que me dejó sin entender nada. Todo el tiempo puse mis ojos en él, mi mirada desesperada y aterrorizada para que me salve.

     Estaba drogada, no vi nada, sólo el negro nylon de la bolsa donde desperté muerta.


     La verdad es que no me tocaron los mejores fiscales, ya cambiaron cuatro y yo estoy en la inmensa cola de víctimas de asesinatos conocidas que esperan justicia en el mismo despacho.


     Me hubiera gustado que les practicaran el análisis de ADN a todos los sospechosos para saber si alguno de ellos tuvo que ver con la violación y mi muerte por asfixia.


     Con él poco y nada hicieron: un tiempo encerrado pero sin las suficientes pruebas. Si todas las pericias las hubieran hecho él no seguiría mintiendo con el paseo por Pereyra, el robo, el baúl, etc…


     Lo único que recuerdo antes de no volver a la vida fue la frase de él antes de retirarse: “lo tuyo, ya está”.


     Mucha gente involucrada. Demasiado poder. Mucho dinero para callar. La primera vez que hablé con María Soledad me di cuenta de que todo era tan parecido: alguien nos entregó, otro nos drogó, nos violaron y nos mataron. En nuestras charlas supe que mi muerte iba a quedar apilada en uno de los tantos expedientes del archivo judicial.

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