De torturas y tobilleras electrónicas

  Son varias las cuadras de tierra que separan mi casa de la parada de colectivos. Lo tomé con él para bajar en la misma esquina de siempre.

  Nos encontramos con un gran operativo policial, una persona tirada en la vereda y mucha gente. Seguimos caminando, muy despacio, porque yo no me sentía bien, estaba muy descompuesta.

  Me senté en la vereda de un negocio y mi novio pidió un vaso de agua, pero me lo negaron. No tenía fuerzas para levantarme, pero quería llegar al hospital lo más rápido posible.

  Habremos caminado dos o tres cuadras, aunque paré en cada una de ellas a descansar sentándome en escalones o muros.

En un momento, vi luces azules y el ruido de la sirena. Mi malestar no me permitía entender nada, pedí que me llevaran al hospital pero sólo sentí el frío de las esposas en mis muñecas.

“21.40. móvil 283XX. Traslada a dos NN. Un masculino de nombre X, de 23 años, Argentino, indocumentado y una femenina de nombre X, de 25 años por ser sospechosos de tener relación con el enfrentamiento del cual resultó, el cabo X herido en X y X”.

  Eso fue lo último que pude escuchar con claridad desde que me metieron en el patrullero, me alojaron en el calabozo y me llevaron al hospital.  En la estadía, mis palabras recurrentes fueron “basta, no me peguen más”.

  Llegué a ver a mi esposo ensangrentado, pero no tenía fuerzas para luchar por él. Tampoco podía hacerlo por mí.

  Hubo un hombre valiente, que ese día estaba detenido en la comisaría y que declaró todo lo que escuchó, todo lo que vio. A él le debo que se haya desarrollado el juicio y ya se lo agradecí porque lo mandaron a mi lado hace unos años cuando le dispararon en la cabeza. Y fue por mi culpa. O por la suya. Porque vio y escuchó, porque estuvo, porque fue testigo.

  No es fácil ponerse al hombro una causa por torturas en una comisaría. Aunque la resolución no tuvo mayores inconvenientes: de los cinco imputados, sólo una fue condenada. No posee edad avanzada ni una enfermedad grave como para gozar del arresto domiciliario con una tobillera electrónica, pero ahí está.

  "Vio Don, por esta hija de puta que mató de un tiro a un compañero, los tenemos que molestar a ustedes", ella se lo dijo al médico, fue lo último que escuché en esta vida, mientras me trasladaban en la ambulancia. Insultos, golpes y más golpes. Era como hacer leña del árbol caído: me sentía muy mal, me llevaron detenida por un crimen que no cometí, me torturaron y de última, me trasladaron en coma.

  En el juicio estuve presente, como lo estamos cada una de las víctimas, y me enteré de la causa de mi muerte: “arritmia cardíaca producida por lesiones por sujeción en el cuello. Las maniobras para asfixiarla no fueron mortales pero fueron el desencadenante de la arritmia”.

  Morocha y pobre: la teoría lombrosiana atentó contra mí.

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