Una llamada la coloca en el lugar equivocado a la hora equivocada


     No quería sentirme tan sola esa noche y realmente me estaba divirtiendo con mi hermana mientras cenábamos. Los chicos estaban con mi ex marido y teníamos toda la noche por delante. Pero todo fue interrumpido por el sonido de mi celular; uno de los chicos tenía problemas de salud y estaban en el hospital.

     Como no se escuchaba bien, salí a la puerta para ver si captaba un poco más de señal. Yo estaba preocupada por el asunto, aunque mirara no iba a ver nada que pudiera prevenir el dolor que venía hacia mí. Me ardía mucho la espalda, el hombro y el brazo. Fueron tan fuertes los disparos que me tiraron al suelo; escuché a mi hermana gritar, hablar por teléfono desesperada, pero no le podía contestar y menos reincorporarme. Había intentado entrar a mi casa como parte de un acto reflejo para ponerme a salvo de lo que ya era imposible: la muerte. Ese olor a sangre era espantoso pero pronto no lo sentí más.

     Yo sé que esa llamada me puso en el lugar equivocado y en el momento equivocado pero no sé qué estaba haciendo la persona que me disparó, ¿por qué estaba ahí? No sé si tuvo intenciones de matarme o sólo se asustó cuando salí y evité sus planes. Pero claro, no fue un disparo, fueron cuatro. Cuatro veces apretó la cola del disparador, no había forma de que yo siguiera con vida.

     Tenía muchos sueños por delante y una fiesta pensada para mi cumpleaños número 30, todo un acontecimiento para una mujer con o sin crisis, tramitando un divorcio conflictivo y a la vez, intentando creer otra vez en el amor.

     Siempre pensé que vivir en un barrio privado era seguro, lo mismo me dijeron María Marta y Nora. La vida y la muerte son tan raras que hace que las familias convertidas en mediáticas por algún crimen escabroso nos juntemos en algún lado; las mujeres en este lugar tan especial y los hombres, casi todos, en el mismo pabellón, el de los viudos, nuestros viudos.

     Y no vi quién fue, estaba preocupada porque él me decía que el nene tenía fiebre; tampoco escuché si él o ella elucubraron un plan en el que, por medio de un sicario (ése de los cuatro tiros), lograban terminar con mi vida y con los problemas que podía ocasionar el divorcio: desde celos hasta asuntos económicos, y en el medio el qué dirán, ese mismo que presenció todas las etapas de nuestro casamiento por la gran diferencia de edad. La justicia decidirá y dicen que falta poco.

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