En el basural

  Mi hijo nunca me quiso. Mi marido se había convertido en un avaro. Su amante dijo que lo ayudaría. Su compañero de trabajo, siempre fiel, ni siquiera tuvo que ofrecerse. Tenía a un séquito de su lado. A sus seguidores. 

  Él quería convertirse en viudo. En mi viudo. No podía perder la mitad de la pequeña fortuna que empezó a dejarle la basura de la vida exclusivamente privada. Lo planearon durante un tiempo. 

  Pudieron conmigo. Me mintieron. Les creí. Accedí, me llevaron. Sin mediar palabra y con su rostro impávido, inexpresivo, me disparó en la cabeza. El primer balazo me dejó sorda. Atontada. Si me hubieran dejado así, habría sobrevivido varias horas. Pero ella pidió el segundo tiro. Y lo sentí ante de que llegue. 

  Sin embargo, no lograron la invisibilidad. Ninguno de los tres. Me encargué de torcer el destino de cada una de las cámaras que los acompañaron en ese trayecto que sólo los llevaba y alejaba de mí, de ese cadáver que dejaron tirado como a una bolsa más de basura. Tal como acostumbraban. 

  Hay dos tras las rejas. Uno ya no tiene excusas. El otro miente e intenta embarrar mi vida privada con un cuento de poca monta. La otra debe estar pensando adónde profugarse antes de que el peso de la ley llegue hasta la fiambrería. De mi hijo es mejor no hablar.

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